jueves, 29 de julio de 2010

Girasoles




A diferencia de las modelos le gusta hablar de su vida privada.
Leyendo en estos días:
La pornografía o el agotamiento del deseo (Michela Marzano)
Las partículas elementales (Michel Houellebecq)
Noticias de los montoneros (Gabriela Esquivada)
Cuentos reunidos (Felisberto Hernández)
El almanaque de mi padre (Jiro Taniguchi)
Odia escribir reseñas.

martes, 27 de julio de 2010

Persiguiendo un conejo blanco...



De la serie: Carátulas de mi infancia...


Alicia es mi hermana menor. Pero además,Alicia es la que persigue al conejo con galera en el libro de Charles Lutwidge Dodgson (Lewis Carroll)
A algunos les fascina el Sombrerero, o la Oruga fumando un narguile, a otros el Gato de Cheshire, la misma Alicia, la Reina de Corazones o la Liebre de Marzo. A mí siempre me cautivó el conejo blanco aunque lo pintara de azul.
Siempre mirando su reloj de bolsillo y murmurando que llega tarde. Objeto de deseo, lo real inalcansable.

- Perdón! no pensé que...
- Ahí está la diferencia, si no piensas no hables
- ¿Quién eres tú?
- Ya no lo sé, señor, he cambiado tantas veces que ya no lo sé.
Pero es que a mí no me gusta tratar a gente loca
- Oh, eso no lo puedes evitar. Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.
- ¿Cómo sabes que yo estoy loca?
- Tienes que estarlo, o no habrías venido aquí.
- Por cierto, se fue por... allí.
- ¿Quién se fue por allí?
- El conejo blanco.
- ¿De veras?
- ¿De veras qué?
- Qué se fue por allí.
- ¿Quién se fue por allí?
- El conejo blanco!
...
- ¿Qué conejo blanco?

sábado, 24 de julio de 2010

Mi poeta favorita

La literatura en serio


Como sufro y me aburro resulto bastante divertida,
a veces represento situaciones,
la mujer comprensiva, el hombre triste;
como no tengo sentido de la oportunidad,
puedo interrumpir la mejor escena de amor,
y para que nadie dude de mi inteligencia,
me ocupo de problemas casi ridículos.
Rodeada de gente que espera cosas de la vida
o practica la tragedia,
mis explosiones de júbilo son bastante frecuentes,
y como me regalo horizontes, cucharas que vacían mi corazón,
casi siempre estoy triste,
por eso mi alegría es digna de verse.

-
Una poesía para impresionar
con grandes imposibles olvidos que no llegan
o esas frases de: tengo para poco
una poesía en realidad para ser un animal herido entre la gente
para irse a un rincón y tratar de no molestar
si digo esa poesía ya no me interesa
es porque he empezado a sentir gusto por la vida en serio.

-
Con el invierno los amigos han vuelto a casa
yo pregunto seriamente
¿Qué vas a hacer de tu vida juana?
Sufro, amo, todos rabiamos por la revolución
a veces tengo miedo de que seamos felices.
Los amigos han vuelto con los brazos abiertos
preguntan qué pasa en nuestra ciudad,
yo sólo puedo describir tu rostro,
para decirlo de una vez el rostro del amor.
¿Qué vas a hacer juana
con la juventud que aún te queda,
con las historias inverosímiles
los amigos en solfa,
los amigos en serio
y toda esta ternura
que quién sabe adónde irá a parar?


(de Mujer de cierto orden, 1967 –recopilado en La ley tu ley, Adriana Hidalgo editora, 2000)

lunes, 19 de julio de 2010

Siempre quise ser una Sarah Kay…




… y nunca me dio el piné. En el mejor de los casos, me asemejé a una Laura Ingalls conurbana. No estuve a la altura de la imagen que defendí y por esa misma razón no dejé de sentir la mirada de las auténticas “chicas Kays”; versión noventosa de Barbies, Divinas, Floggers y demás identidades superficiales. Ellas, las que con comentarios condenatorios y risas falsas me hacían sentir tan poca cosa. Mis vestidos floreados, jeans con pitucones y cintas rosas en el pelo tenían la “magia de lo hecho en casa” lo cual (es obvio) es traducido como algo vergonzoso desde los parámetros de una preadolescente. Y no es que mis soleros con volados no se parecieran a los de las modelos de las figuritas. Es más, puedo asegurar que eran hasta superiores a los exhibidos en las tiendas naif que reproducían el Kayseanismo (versión contrapuesta al principio del ahorro planteado por Keynes) Es probable que a esa edad yo no supiera explotar el estilo design palermitano: “me lo hago yo misma aunque me cueste un huevo”. También es posible que todavía no estuviese de moda la movida independiente. Y, después de todo, es mucho más difícil sostener una posición que roce lo artesanal pero sin dejar de ser cool, viviendo en Banfield, y al fondo. Lo que más me gustaba de ser una chica Kay era que podía mostrarme romántica sin ser anticuada, sensible y apasionada casi rozando lo cursi, pero no tanto. Asumir el estilo humilde y campestre de Melissa Gilbert me permitía sobrellevar una personalidad salvaje, huraña e irritable y caerle bien a la gente; por lo menos en la primera impresión. Así que sobre todo, seguir a Sarah Kay fue una cuestión estratégica. Pura sensibilidad de época o simple oportunismo. ¿Quién podía pensar mal de una niña que coleccionaba figuritas con brillantina? Detrás de esas trenzas largas y los vestidos vaporosos podía esconder mis verdaderas intenciones. Odiaba cuando la purpurina se desprendía y quedaba la imagen sin su brillo original, pero más me abrumaba no tener los preciados objetos que te ofrecía el “mundo Kay”. Para mí, está claro, más importante que Disneylandia. Alhajeros, carteritas, portarretratos, dijes, polveras y… ¡diarios íntimos personales con llave y todo! Me tenía que conformar con el álbum y, a lo sumo, algunos libros para pintar que no pintaba porque “se gastaban”. Con paciente fruición y esmero calcaba los contornos de la parejita de enamorados en el banco, la nena con el gato sentada en la pradera, con una cesta de manzanas y esa tarta que siempre se dibuja igual en los dibujos animados: tres rayitas encima y humito saliendo. No conservo ningún álbum, pero supongo que los tuve. Recuerdo que en las secciones con un espacio para “dejar una marca personal” (una foto, un mechón de pelo, el teléfono, el nombre del chico que te gustaba, tu árbol genealógico, el relato de un sueño) yo elegía pegar figuritas repetidas o directamente, recortaba una hoja de papel y tapaba la consigna. No me gustaba eso de andar revelando mis secretos… ni siquiera al mundo Sarah Kay. No era confiable. Tampoco me hice fan de su club porque había que mandar los datos por correo postal y para la época era peligroso. Y ya se sabe que hay que desconfiar de todo lo que brilla…

miércoles, 7 de julio de 2010

Odio a los payasos



Odiaba los payasos. Porque la versión que tenía por entonces, era la de Gaby, Fofo y Miliki y no la de los Hermanos Marx. Las tortas en la cara, las bofetadas falsas, las narices de plástico, los zapatones, las sonrisas dibujadas con rimmel barato. Más que nada, odio a los payasos lúmpenes. Los que suben al colectivo a contar chistes malos, te gritan al oído y te hacen sentir un amargado si no pones una moneda en la gorra. Mediocres y mangueros, llevan la prepotencia de la aparente felicidad. Por carácter transitivo, odio a los mimos también. Aunque menos. Te acechan. No basta con no ir al circo (tortura que detesto como pocas), un mimo "te aparece" en cualquier esquina, con su falsa lágrima en la "cara", su sonrisa de piedra y su invitación tirana para ver su numerito. Y ya sé que están Marceau, Jorodowsky, Chaplin...y tal vez odio a los mimos porque me odio a mí mi(s)ma. Y en ello, lo que reflejan. Como sea, todo lo chistoso adrede, nunca me causa gracia. Ni las cámaras sorpresa, ni los chistes verdes, ni las caídas filmadas de you tube, ni el humor de Olmedo, Marrone o Benny Hill y ya no recuerdo qué otro "capocómico" (espantosa palabra). Lo que me causa risa me asalta como el llanto y a veces se confunden. Creo que el único payaso que respeto es al Guasón, ese maníaco freak, con mal de Parkinson, neurótico y adicto a los somníferos.

Y....jajajaja. Buuuu.

lunes, 5 de julio de 2010

Patoruzito Carátula



Año 1982, nueve años, cuarto grado, "C". Colegio Valentín Bonetti, Godoy Cruz, Mendoza. Hace unos días, mi viejo me regaló una pila preciada de revistas de historietas. Muchas de ellas, leídas con fervor (poco criterio y mucho entusiasmo) durante mi infancia, las reconocí de inmediato. Entre las Anteojito, las Condorito y las Patoruzú,había varios dibujos míos. Menos mal que por la misma época, se me dio por escribir. Mi hija tiene carátulas de 47 Street....yo hacía los separadores calcando de historietas a mis personajes favoritos. Y no es que los tiempos hayan cambiado tanto. Recuerdo la tortuosa sensación de estar "fuera de moda" aún entonces. Mis compañeras tenían a "My Melody", "Kitty", a "Sarakay". Yo, a Isidoro Cañones. Revisando las revistas, encontré marcas que ratifican una idea: seguí un "destino" (si algo así existe) para bien o para mal, perfectamente coherente. Entre aquellas rarezas y las actuales, no hay saltos. Por entonces escribía poesías interminables y cuentos de terror, mientras las nenas jugaban a "la mamá". Leí historietas y novelones clásicos, escuché muy poca música y miré muy poca televisión. Nunca fui a recitales. Iba al cine, eso sí. Y el único mar que existía era chileno. Las montañas, antes que el agua. La altura y siempre así. El lema en mi casa era: "cuánto más gordo mejor", como en toda familia humilde: se pondera la abundancia por sobre todas las cosas. Así llegué a devorar obras maestras y basura folletinesca con la misma fruicción. Todo sirve, al fin de cuentas. En la mezcla, está el placer.

Me tengo que ir!....un posteo de un minuto y a continuar con un día atareado y justo ahora, que se largó a llover.