jueves, 3 de junio de 2010

Suave canesú. 9


En medio de la fiebre del matrimonio gay, Snob le propuso casamiento a uno de nuestros mejores amigos. Me puso feliz saber que al fin iba a usar ese vestido que nunca me pongo y que todavía estoy pagando con la tarjeta. Me quedan dos cuotas, fijas y sin intereses. Lo compré con un descuento del 25%, un “miércoles super mujer” con Banco Santander Río. Aún así, me salió un ojo de la cara. Ya estaba arrepentida por seguir mi calentura de mujer indispuesta cuando Snob me sacó la culpa. Después de todo, cómo no iba a gastar en una ocasión así de especial. No todos los días se casa el amor de tu vida. Por supuesto que lo voy a superar ni bien me lo saque de encima. Este es el sexto “amor de la vida” que tengo y sobreviví a casi todos los intentos de suicidio. Tampoco es que el Sr. Snob me pegó tan fuerte. Me irrita la mayoría de las cosas que hace y físicamente no me atrae ni un poco. Lo que menos tolero es que se empecine en negar que fuimos amantes. ¡Si nos vio todo el mundo en las fiestas! Para mí que tiene un complejo de inferioridad y se siente poca cosa. Hace rato que tendría que estar medicado el infeliz. La cuestión es que estuvimos dos meses planeando la boda. Del novio sólo supe que era suizo y que se lo ligó en un bar irlandés, por el centro. Nunca llegué a conocerlo. Un rato antes de salir para el Registro Civil, Snob me llamó desesperado. Me tomé un taxi y lo encontré sentado en el cordón de la vereda, todo despeinado, vestido de traje, descalzo y con la corbata sin anudar. Lloraba como un nene. Lo abracé lo más fuerte que pude y lo hice entrar. Su teléfono no paraba de sonar. Me pidió entre mocos: “Apagalo, es ese marica de mierda…”. Nos hicimos un té y nos tiramos en la cama. Antes de tener una de las cojidas más mágicas de mi vida, hablamos del matrimonio. Me dijo que se iba a casar porque estaba “en contra del cinismo políticamente correcto” y que “el matrimonio nos obliga a hacernos cargo de algo”. Le contesté que me parecía una estupidez su razonamiento viniendo de una de las personas “más inconstantes del mundo” A lo que agregué mientras le empezaba a desabrochar el pantalón: “Y de las más hijas de puta”. La fiesta se hizo igual, obviamente. El salón estaba pago y las mujeres ya habíamos ido a la peluquería. Ninguno de los novios estuvo presente, menos mal. Habrían hecho sentir incómodos a los invitados. Me levanté un tipo bastante interesante. No me acuerdo su nombre, pero sí que tenía traje con zapatillas Adidas. Qué grasa. Creer que esa moda se sigue usando. Bailaba con la corbata anudada en la cabeza, haciéndose el rebelde pero no tanto, era un imbécil total. Pero la cojida estuvo buena. Como me suele pasar en los casamientos, me deprimí mucho a eso de las cinco o seis de la mañana. No queres que se termine, que se alargue el carnaval carioca (total ya te importa todo un carajo), que traigan más champagne los mozos y que el maquillaje no se corra. Todas las solteras locas y las casadas aburridas cantaban “dancinggggggg queennnnnnnnnn” y giraban en la pista y yo sentada viendo esa embriaguez patética propia del final de fiesta, conteniéndome para no llorar. En un rato nomás, todos volverán a sus casas con una mezcla de tiramisú y ensalada rusa en el estómago. Los más losers vuelven borrachos y con papel picado en la cabeza. La mayoría pide el taxi de a grupitos para ahorrar (“a mí me tirás en Palermo que te queda de paso”, “ojo que voy para Almagro y te desvías”, “agarrá la Juan B. Justo yo de ahí me arreglo”), otros cargan a los que pueden en sus autos miserables o en sus camionetas a todo trapo. Estos últimos son los peores, porque te hacen sentir la diferencia. Podes tener el vestido más lindo de la noche y los zapatos más caros, pero si a la vuelta (momento decisivo) haces mérito para subirte al auto de otro, sos una tilinga cualquiera. Por eso, mejor no ostentar y no cagar más alto que el culo. Y entonces me doy cuenta que todavía no pagué la última cuota del vestido que llevo puesto, que los zapatos no los voy a volver usar hasta otro casamiento y que tengo que devolver esta carterita de mierda (al pedo, chiquita, plateada y con la tira de cadena) a una amiga que tiene “de todo”. La misma que me prestó el collar y los aritos de perlas. Los hay por 20 mangos en “Todo Moda” pero ella tenía los legítimos, heredados obviamente. Como mi abuela nunca guardó nada (y además no la conocí y era pobre) no tengo esas cosas retro chic que llevan las pendejas a las fiestas. De todas formas y como decía, al final, a todas se les ve la hilacha. Y las más osadas afanamos el centro de mesa si podemos. De mínima, nos llevamos un puñado de bombones o caramelos. Con Snob después de ese evento, no nos volvimos a ver por un par de años. Ni siquiera me llamó el muy mierda para ver cómo me había ido en su casamiento. Siempre lo dije: es un tipo muy egoísta, se creía el ombligo del mundo. Y eso que lo apoyé desde un primer momento. Si hasta estoy a favor del matrimonio gay, siempre y cuando sea en Capital Federal y entre personas del mismo sexo.

7 comentarios:

  1. Estás loca loca loca. Me encantó.

    ResponderEliminar
  2. El mejor Canesú hasta ahora! Este Snob no tiene cura. La chica todavía sí, creo. BESOTES! Mejorate.

    ResponderEliminar
  3. Ale: :) Crazy? BESOS!.

    Rubén: Saludos!!!! Nunca sé si decirte Pato o Rubén....Je.

    Die: achissss!!!. Me contagiaste malo.

    ResponderEliminar
  4. Hola Laura, soy alumna tuya en el posgrado en la Walter Benjamin. Me meti recién hoy en tu blog y la verdad me sorprendiste y me encan-toooo esta historia!!! Super real, y muy ácidamente escrita, lo cual le otorga una adorable legitimidad al texto. Muy Bueno!!!

    ResponderEliminar
  5. ja! yo me fui tanto que pense que era verdad.

    ResponderEliminar

Se dice de mi...