domingo, 23 de mayo de 2010

Suave canesú. 8



Desde que entró otra gente a mi vida, Snob se me hace el noviecito fiel y me trata como una seda. Se ve que lo que necesitaba era que le ajuste las cuerdas. Ahora ya no me puede maltratar más. Como a cualquier adicto, le doy mi compañía a cuentagotas y lo mantengo a raya. Parece medio cruel, pero no. Nuestra relación se había vuelto un chicle gastado y había que recuperar el sabor. Ahora nos llevamos perfecto y los encuentros son soñados. Eso sí, tuvimos que reescribir el contrato. Desde nuestra separación, nos lo contamos todo. Por ejemplo, él me confesó que tuvo un amante en Montmartre, mayor que él y militante en el FHAR. No me sorprendió saber que Snob antes de estar conmigo, había sido gay. Los dos éramos fanáticos de Copi y jugágamos a que yo era Pogo Bedroom y él su novio historietista. No estábamos de acuerdo con eso de que los dibujantes son “invariablemente feos”. Es obvio que Copi no conoció a Hugo Pratt o tenía problemas con el espejo. Tampoco coincidimos cuando en “La Guerre des pédés” sostenía algo así como “Soy, lo que es bastante raro para un homosexual, historietista”. Si acá casi todos son putos. Eso se sabe por más que lo disimulen dibujando culo y teta. Por eso Copi se fue a París a codearse con la gente rara y cool del teatro. Si llegaba a vivir hasta los noventa, le hubiera encantado Fantabaires y seguro que se metejoneaba con un pendejo fanzinero. O capaz que no. Lo que es seguro es que antes el ambiente de la historieta era más aburrido que chupar un clavo. ¿Qué hubiese hecho Copi en una convención con Solano López?. Muchas veces hablamos de eso. Hoy tendría 71 años así que si andaba por Buenos Aires, lo pondrían a dar una charla con Quino o Caloi moderada por Sasturain. Y algún imbécil del público le preguntaría algo sobre el parentesco entre Clemente y La Mujer Sentada y entonces, Copi, brillante y perturbador, vestido con el mejor pret à porter femenino, se sacaría la pija en público adornada con un colibrí (vivo). Eso, o más simplemente: le partiría la boca de un beso a Sasturain y se retiraría solemne y cortés frente a una multitud friki. Por eso no me extrañó su confidencia, ni él se inmutó cuando le dije que me gustaban bastante mucho las mujeres. Lástima que no habíamos aprovechado para mandarnos unas buenas fiestas. También me confesó que era capaz de matar por besarle la cola a Brad Pitt y que tenía debilidad por los géneros bajos. “Copi también, al igual que Manuel Puig”, le dije. Y terminé convenciéndolo que de la cloaca triturada y compactada también se puede sacar arte. Fuera de eso, nos llevamos bastante mejor si nos vemos casi nunca. Eso sí, hablamos horas por teléfono. Ayer nos quedamos hasta que sonó el despertador para ir a trabajar. Lo apagué y seguí durmiendo, total, hace rato que me quieren echar de ese laburo de mierda. Snob me había llamado a las dos de la mañana para preguntarme “¿te quedas con Cheever o con Carver?”. Le contesté que con Cheever por eso de: “En busca del beso de buenas noches, la única piel que encuentro es la de un codo”. Después hablamos del gorro de Holden Caulfield y me volvió a pedir que se lo regale para su cumpleaños. Cada año lo busco desesperadamente, pero nunca encuentro uno que me conforme lo suficiente. De ahí pasamos a Wes Anderson, porque son claras sus influencias salingerianas. Y después creo que hablamos de Alan Moore, para comparar distintas formas de hermetismo. Charlamos tanto y nos pajeamos tanto mientras lo hacíamos que me parece que le dije “me enamoré de vos”. Como de costumbre, Snob evitó mis sentimientos con una frase cínica: “soy tu príncipe azul desteñido”. Me acuerdo que después de eso, acabé con furia. Y qué carajo me importa que mañana terminé Lost.

viernes, 21 de mayo de 2010

Suave canesú. 7



Después de aquel episodio decidimos separarnos por un tiempo. Al fin de cuentas, lo único que tenemos de parecido es que a los dos nos gusta codearnos con la misma gente. Para ser totalmente franca, también nos vinculaba cierta compulsión por copular, sobre todo, si estábamos neurasténicos. En general, coger un poco y mecánicamente, nos tranquilizaba bastante. Por eso costaba tanto ponerle un punto final a la relación. Aunque lo que terminó por decidirme fue su masticación. Puedo tolerar que mastique, pero el ruido es cosa. Los últimos meses era inaguantable tener que oír cómo molía y deglutía los alimentos. Llegué a armar un cuadro de doble entrada: en una columna el tipo de comida que trituraba y en la otra, la clase de ruido que provocaba ese alimento. Con ello me aseguraba de no tener en la heladera aquellos comestibles que más me hostigaban. Por ejemplo, las manzanas, el pollo y las zanahorias. Snob tenía prohibido decir “la boca se me hace agua”. Cuando alguien usaba esa frase, me imaginaba la secreción de saliva en respuesta a la estimulación de la mucosa bucal y me entraban ganas de vomitar. Nunca pude soportar esa imagen. Tampoco estamos tan de acuerdo con Saer cuando decía que “la industria cultural se ha degradado tanto que ya no es cultura”. Hay que hacerle el juego al mercado sin pasarse de la raya. Hace unos días murió un amigo nuestro, de sobredosis. Yo fui al velorio, como corresponde, y hasta llevé una corona con la esquela: "aquí sigue descansando...", pero Snob prefirió inventar una excusa. Es poco afecto a mostrar sus sentimientos. Y en un funeral, ya se sabe, no te queda otra que llorar o cagarte de risa. Nos pasó en el de Fernando Peña: nos divertimos a lo loco. Lo cierto es que no hay que caerle antipático a los intelectuales. Si te pasa eso, te sepultan para siempre. Como le pasó a Sábato. Nunca va a ser reivindicado por nadie. Lo que lo terminó de sepultar no fue “Sobre Héroes y Tumbas” sino su almuerzo con Videla. Ni siquiera le sirvió que John Malkovich haya comprado los derechos de la novela; al pobre Sábato lo enterraron para siempre. Con Snob somos bastante fanáticos de él. Vimos varias veces “El poder las tinieblas”, una versión del capítulo “Informe sobre ciegos”. Hubiese estado bueno, de todos modos, que Malco (¿) adapte la novela completa. Pero es evidente: también él se dio cuenta que rescatar a Sábato es un mal negocio. Está bien que al almuerzo también fue Borges. Pero eso es harina de otro costal. Ya se sabe lo que piensa Borges: “Le agradecí (a Videla) personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvó al país de la ignominia". Nadie, por otra parte, tiene que rescatarlo de ningún lado: bien derechito está ahí en el panteón cag/nónico. A Sábato sí, aunque es una operación arriesgada hasta para Malkovich: “Es imposible sintetizar una conversación de dos horas en pocas palabras, pero puedo decir que con el presidente de la Nación hablamos de la cultura en general, de temas espirituales, culturales, históricos y vinculados con los medios masivos de comunicación. Hubo un altísimo grado de comprensión y de respeto mutuo, y en ningún momento la conversación descendió a la polémica literaria e ideológica y tampoco caímos en el pecado de caer en banalidades”. De dichos así no se sale bien parado nunca. Me pregunto si a tipos así se les para. Tampoco es que me importe tanto. Siempre dijimos que el menú fue armado con buen gusto: la entrada, budín de verduras, puntas de espárragos, salsa blanca y golf; luego unos ravioles con salsa de tomate, de postre: ensaladas de frutas con dulce de leche o crema. Horacio Ratti lo describía así: “tomábamos excelentes vinos servidos de botellas envueltas en su conveniente servilleta blanca”. Por lo menos, el presidente de la SADE, tenía buen paladar. Pero además de estas cosas, de las que charlábamos con frecuencia, no nos unía más que el sexo más brutal y salvaje. Y es sabido que pasado el tiempo, la carne te empieza a aburrir. El día que nos separamos hablamos sobre el significado del amor y acordamos que si all you need is love, entonces ya te podes imaginar todo lo que cuesta. Es más barato invertir en otros rubros. Por ejemplo, desde que me separé de Snob y alquilé mi lindo departamento, voy al gimnasio todos los días, como más sano y voy sola al cine. Ese sencillo acto me llena de satisfacción. Hace años que no iba a ver porno a las salas de Lavalle y estaba bastante desactualizada en la materia. Poco a poco me estoy poniendo al día para aprender los nuevos códigos del levante callejero. Con Snob nos seguimos viendo, obviamente. Y seguimos haciendo lo mismo que antes, pero en casas separadas. Lo que me da un poco de bronca es que desde entonces habla en tercera persona. Es una costumbre rara y no entiendo todavía cuál es el juego. Es como si no existiese o peor, como si yo no estuviera ahí. Me irrita todavía más que desconozca las cosas que vivimos juntos. La última que se mandó fue decirme “Snob nunca vivió con ella”. Me dejó muy mal toda una tarde. Después se me pasó, porque, por suerte tengo muchos amigos que se visten tan bien como él y me hablan de cosas interesantes. No vaya a ser que crea que porque desaparece así, de repente, se acaba el/mi mundo. Por favor… si hasta ahora pude vivir tranquilamente con su presencia ausente. O al revés.

domingo, 16 de mayo de 2010

Suave canesú 6




Habíamos estado todo el día discutiendo por pavadas, ya ni me acuerdo cómo empezó todo. Creo que fue por la cuenta de teléfono, por quién sacaba la basura esa semana, por la tapa meada del inodoro o la leche podrida de la heladera. La cuestión es que pasamos otro domingo de mierda y ninguno de los dos se animaba a decir “estoy harto”. Por la noche, pedimos al chino nuestra dosis de chau fan con pollo y empanaditas al vapor. Él cenó mirando la tele, yo revisando mis mensajitos de texto. Uno de ellos era de Fabio, confieso que me excitó la impunidad con la que preguntaba: “¿Podemos vernos preciosa?”. Lo miré de reojo mordisqueándose las uñas aceitosas. Hay personas que pueden herir a los demás por el mero hecho de existir. Snob no era la excepción. Es tan difícil borrarlo de un plumazo, como pedirle que se haga el bolso. Cosa que no puedo hacer, está claro, porque el departamento no es mío y fue él quien puso la garantía. Cuando se me junta tanta bronca tengo que poner la mente en blanco antes de freírme el cerebro. Otra solución es salir. Y aunque ya eran cerca de las doce, hacía frío y era domingo, la invitación de Fabio me dio una excusa para rajarme. Tengo la manía de no atreverme a escapar por mi propia cuenta. Antes de irme, tenía que pasarle factura: “Me voy a tomar unos tragos con un amigo”. Siguió con la vista clavada en la pantalla y me soltó sin vueltas: “Por mí que te coja un avestruz”. Me sonreí por dentro: lo logré alterar. Fui al cuarto y me puse lo mejor que tengo: un jean hecho mierda pero con buen calce (de los seis que tengo es el único que me hace un culo como la gente) y una remera rayada blanca y negra que ya no da más pero que me queda pintada. Combiné todo con un par de zapatillas sucias y un saquito verde con los puños rotos. Me rocié de desodorante por arriba de la ropa, agarré las llaves, los chicles de sandía y salí pegando un portazo. Apenas llamé al ascensor me largué a llorar a moco tendido. Le mandé un mensaje al chongo de turno y cancelé: “tengo diarrea, nos vemos otro día”. Volví y Snob ya estaba frente a la computadora, jugando a los jueguitos de Facebook. Me doy cuenta que es perfectamente capaz de vivir sin mí. Y obviamente, eso me angustia mucho. De fondo, se escuchaba un tema de Rick Ashley, algo así como: “Together forever and never to part. Together forever we two… And don’t you know I would move heaven and earth....lalalalala”. Me lo quedé mirando un buen rato sin decir nada. Y se me partió el corazón. Debería escribir sobre todo esto que estoy sintiendo. O dibujarlo, si supiera! En cambio, miro películas bajadas de internet. Necesito una coartada. No puedo con la herida del lenguaje, así que lo abracé lo más fuerte que pude. “Me estás ahorcando”, me dijo. Yo no paraba de llorar, ahora sí, como una loca. De fondo, Bananarama: “Ooh, ooh, I heard a rumour
Yes I did, boy ooh, ooh…” Él se aprovechó de mí. No cabe duda de eso. No sé bien cómo terminamos en la cama, transpirados como después de una maratón. Fumábamos un cigarrillo y por su torpeza habitual, se cayó la colilla en el acolchado de plumas y se hizo un agujero enorme. Siempre la tiene que arruinar en los mejores momentos. Todavía estaba pagando la tercera cuota de Arredo, me dio bronca e impotencia, me largué nuevamente a llorar. “Vos estás depresiva”, me dijo. ¡Cómo si eso me sirviera para algo! Me di cuenta que me despreciaba o buscaba una manera deliberada (y por lo tanto, execrable) de que yo lo dejara. Como tantas otras veces, no se iba a salir con la suya. Si él no tiene los huevos para hacerlo, que se la banque. En nuestro triste baño de dos por dos, nos duchamos juntos, nos hicimos mimos y buscamos la reconciliación. Al día siguiente, me llevó el mate a la cama y preparó tostadas con miel. Todo encajaba. De fondo, “Dance, dance, dance, dance, dance, to the radio lalalalala…”. En la cocina, me dijo algo así como que teníamos que “revisar nuestra situación” porque “ya me siento tu novio”. Me hice la boluda, por supuesto. ¿Desde cuándo firmamos un contrato de exclusividad? Terminamos resolviendo no acostarnos por un tiempo, no vaya a ser que la gente empiece a pensar que andamos juntos. Por la tarde, fui a la casa de Malena. Le usé el jacuzzi. Y la envidié bastante. Me regaló un vestidito palermitano que le quedaba chico, obviamente, si está hecha una vaca. Comimos pastaflora de batata y tomamos varias tazas de café con edulcorante. El novio le mete los cuernos con dios y mariasantísima. Y la pobre no se anima a hacerle lo mismo o pegarle una patada en el culo. No se da cuenta que la infidelidad da infinitas posibilidades de libertad individual. ¡Es tan mojigata! Por eso es bulímica, todo fofa y celulítica. No me compadezco frente a su desgracia, es más, con el jacuzzi que tiene y la casa de 200 metros que heredó de su padre, hasta se lo tiene merecido. Me fui pensando que soy una mala persona y me largué a llorar por la calle, de fondo: “I don't believe in luck no I don't believe in circumstance no more accidents never happen in a perfect world… lalalalala”. Llegué a casa totalmente descolocada y me puse a escribir, nunca voy a publicar nada, porque con catorce lectores me alcanza. Él estaba en el baño así que abrí la puerta y me lo quedé mirando. Por alguna razón, últimamente, me excita verlo mear. Volvimos a cojer, aunque esta vez, sin demasiadas ganas. Lo que estuvo bueno es chupársela, me gusta hacerlo después de ver que hace pis. A veces le pido que se la lave antes, pero todo depende de la urgencia que tengamos. Nos quedamos leyendo en la cama un par de horas. Yo retomé ese libro interminable. Le pregunté si Thomas Mann era con H, me respondió que sí y agregó: “también con doble N”. Me molestó que me tratara como una tilinga y lo mandé a la mierda. Después de ese episodio, no nos volvimos a hablar por dos días seguidos.

lunes, 10 de mayo de 2010

Ese suave canesú. 5





Nos estamos llevando para el culo pero por alguna razón, seguimos juntos. Esta tarde había comenzado a leer la novela de Martín Kohan y una vez más me quedé atorada en la primera frase: “¿A partir de qué edad se puede empezar a torturar a un niño?”. Se lo comenté al pasar y lo primero que dice es “Estoy podrido de los escritores que lucran con la dictadura”, le retruco: “Pero esta novela tiene varios años y está muy buena…”. Parece que no me escucha y sigue hablando solo: “se presentan a concursos literarios y como el temita garpa y el jurado siempre especula los ganan todos ellos. Te haces un documental, una muestra de fotos o lo que mierda quieras sobre los desaparecidos y seguro que tenes más chances para sacar un subsidio…”. Pensé: “Cada vez está más facho” y le di la espalda. Seguí leyendo un rato más pero estaba tan triste que tuve que abandonar. Me fui a fumar un porro a la terraza. No es “nuestra” sino compartida con todo el edificio. Me agarró asma por subir los siete pisos corriendo así que tuve que hacer ejercicios de respiración antes de encender el faso. No me di cuenta que había una vecina colgando ropa. Me encaró sin vueltas: “Yo vivo arriba de ustedes”. No entendí para qué me servía ese dato, así que sólo atiné a decir: “Aha…y nosotros debajo suyo”. Me pidió que apague el porro. Me negué, por supuesto: “la terraza es compartida, señora”. Después argumentó algo así como que “la ropa le quedaba toda llena de olor a marihuana y su marido la fajaba si se enteraba que era adicta al clonazepam”. Me pareció medio incoherente lo que decía y le dejé hablando sola. Me doy cuenta que siempre hago lo mismo, cuando una conversación no me interesa, simplemente la dejo. Lo mismo con Snob un rato antes, con la vecina del cuarto piso y más tarde con una mina del ascensor que me dijo algo así como “va a llover hoy” o “está lindo el día”. Hablaba del tiempo, creo, pero después siguió con otra cosa que no escuché. Aproveché que alguien subía y bajé; no era mi piso así que volví a correr por las escaleras. Las escaleras y el sexo me mantienen en forma. Aunque admito que, últimamente, me duelen los huesos, me dan calambres y tengo terribles ataques de tos. Debe ser por los dos atados, no creo que cojer me haga así de mal. De vuelta en el departamento, Snob me esperaba con jugo de maracuyá y tostadas. Ahora que compramos la Philip Juicer andamos haciendo experimentos raros. Mandamos fruta casi siempre, así que salen espantosos los jugos de fruta. Ayer tiramos dos litros de zanahoria con pomelo. Snob había puesto un disco de Talking Heads y de fondo se escuchaba la lluvia. Ahí me acordé de la señora del ascensor y me dio remordimiento. Cada vez soy más descortés con la gente. Mi antipatía llega a límites preocupantes. El otro día me hice la boluda para no ayudar a un ciego a cruzar la calle. No es que me diera cosa darle el brazo, ni nada de eso. Pero no supe qué decirle. ¿Y si me miraba? No pude manejar la situación. ¿Lo agarraba directamente y lo hacía cruzar? ¿Y si él no quería? ¿Le tenía que preguntar algo así como “Señor…quiere que lo cruce”?. Me intimidó y no pude estar a la altura. Me pasa muchas veces. Ayer, sin más lejos, me pasó cuando subí al colectivo. Adelante mío había una vieja que no se daba cuenta que la máquina le había rechazado la moneda. Le gritaba al chofer: “¡No me dio el boleto! ¡No funciona la máquina!”. Yo pensaba “vieja tarada… la moneda está ahí, la tiene que volver a poner”. En lugar de decirle algo para apurar el tiempo, esperé a que se desarrollara toda la escena: el chofer le indica, la vieja sigue reclamando, el tipo para, pone la moneda, vuelve a arrancar, putea por lo bajo”. Y yo, mirando para otro lado. Apenas le vi la cara me di cuenta que tenía ganas de cojer. Yo no. Cuando empieza a tratarme bien para sacarme algo me pone frenética. Siempre hace lo mismo. Está todo armado y de la manera más obvia. Me dice cosas al pasar: “bonita”, “qué linda que estas” o más directo: “vos sabes que tu culo me vuelve loco”, “me calienta cuando te pones cosas de algodón” y boludeces así; todo para llevarme a la cama. Nunca me dice “quiero ponértela”, prefiere demostrarme que está recaliente para ver si me hago cargo. En general, coincidimos y terminamos garchando, pero no sucede todo el tiempo. Si pasamos meses sin tocarnos empieza a hablar de "Ricardo". Es sumamente incómodo que ponga en “su boca” cosas que quiere decir él: “Mirá que Ricardo te extraña”…., “A Ricardito lo tenes abandonado”, “Ricky está llorando por vos”, “Richard se está entrenando para darte” y grasadas así. Esta faceta del Sr. Snob es desconocida para el resto de la gente. Solamente yo sé de su patetismo sexual. Y como no quiero que se rebaje, accedo a sus indirectas porque me da lástima. ¡Él me hace tantos favores! ¿Cómo me voy a negar? Tampoco es que la paso tremendamente mal. Que deteste su manera de jadear, que odie sus movimientos torpes, sus caricias infantiles y que nunca haya alcanzado un orgasmo no son cosas para matarse. Tener mala cama se puede sobrellevar; no es como una violación o estar con un tipo al que no se le para.Para mí lo importante es ESTAR CERCA de él. Y después, si tengo que hacer algunas concesiones... y bueno. ¿Quién no? El problema no es este después de todo. Sino que por alguna razón que desconozco, le estoy teniendo bronca. Hay días que, directamente, lo odio. No lo soporto, no lo quiero ver más. Esos días, que se van acumulando, me pregunto quién es el Sr. Snob. Y cuando empiezo a armar la respuesta y tomo fuerza para dejarlo, me sorprende con algo y me acobarda.

lunes, 3 de mayo de 2010

Ese suave canesú. 4




Se dice que es bueno que el enemigo subestime las fuerzas del adversario. Así que me mantengo callada, en la sombra y silbando bajito. La semana arrancó bastante bien pero hacia el jueves se empezó a pudrir todo, nuevamente. ¡Es que él es tan obstinado! No le alcanza con ser hipócrita, frívolo, hedonista y caprichoso. Además de todo eso, tiene que cagarme la vida. Ahora anda diciéndome que Facebook es promiscuo, que soy una loser si sigo conectada, que se va a dar de baja y no sé qué otra pavada. Cuando se pone tan superficial y presuntuoso, no lo tolero. Si me habla me paso un disco imaginario en la cabeza (en general "Ziggy Stardust and The Spiders From Mars" o "Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band") y así evito tener que escuchar su monólogo. Veo su boca moverse y lo veo como en una película muda: sentado ahí, en el sillón de siempre, cruzado de piernas con su chaleco a rombos amarillo y verde, sus zapatillas Adidas, su pantaloncito marrón caqui, pinzado, ese que compró a ciento cincuenta dólares en San Telmo, pero como cree: “vale la pena el precio porque hace buena cola” y tiene “una onda grunge, con un toque de bohemian dress y estilo freak” (sic). Cuando se pone así de cancherito, me mira con aire de superioridad, bebe a sorbitos su té verde helado y habla, habla y habla, sin parar, girando el piecito de lado a lado y tosiendo de vez en cuando, discretamente, como si estuviera pidiendo disculpas. Hoy, como siempre, no lo miro. Estoy concentrada en ver cómo en mi lámpara de lava se arman y disuelven las burbujitas verdes. Sólo escucho palabras sueltas, así como al pasar, las voy pescando sin contextos, están vacías: “Alban Berg; el agua tónica; la biografía de John Belushi, por Bob Woodward; las almendras; Bowie; Conquista de lo inútil, de Werner Herzog; los nigiris de salmón; Doktor Faustus; el caracú; Carson McCullers; el olor a nieve; David Cronenberg; comprar discos; el tradicionalismo de Rodin; las papas estrelladas; Courbet; dormir con medias; Polanski; el volumen de la televisión en Argentina, Daniel Clowes; The Smiths; la fotografía de Grete Stern; la revista Idilio; Houellebecq; las actrices porno (muertas); Madonna (muerta); las mollejas con limón; Paul Strand; los paisajes de Turner; León Ferrari; Martiniano Molina; las raíces negras de las mujeres teñidas; las negras; Francis Bacon; la obra de Robbe-Grillet, los cigarrillos Gitanes; Racine; la canela; Cage; Fernando Peña; Harvey Pekar; los desnudos cuidados; César Aira; la polenta con queso; Bob Dylan”. Al cabo de dos horas y pico, la boca se quedó quieta. Me imaginé entonces que me podía levantar. Respiré hondo, lo miré fijo y sin disimular mi fastidio, le pregunté: “¿Ya terminaste?”. Apenas asintió con la cabeza y tiró la colilla del cigarrillo en el piso, a propósito, el muy idiota. Me echó una mirada rara, como si me tuviera bronca. Me tiene bronca. Pero yo le tengo más. Así que estamos a mano. Me levanté y me dirigí a la puerta. Mientras me ponía el saco, agarraba la cartera, revisé tener lo imprescindible: la billetera, el celular, los puchos, los forros) comencé a escuchar música de fondo. El Sr Snob había puesto un disco, pude distinguir que era “La Sonata para piano” de Alban Berg por Glenn Gould. Que me aburra y que me tenga harta, no significa que me vuelva una ignorante. Pero tampoco es cosa que me taladre el cerebro todo el día. Ya se debería dar cuenta. Además, hace como dos semanas que no cojemos. Por eso armé una cita con Rubén, lo tengo último en la lista, pero esta semana no había nadie disponible. Para mí que los tipos se empiezan a dar cuenta que nada es en serio y se borran antes de enamorarse. O por ahí, no les gusto lo suficiente y por eso inventan excusas. Lo que sea, por lo menos, esta semana la tengo cubierta. Rubén no es de lo mejor, pero me hace reír bastante y siempre me acompaña al taxi. Esta vez no va ser la excepción, y ya sé que me voy a volver pensando en él. Y casi seguro lo voy a encontrar dormido en el sillón, con el disco girando indefinidamente, la boca abierta, roncando, y con las piernitas cruzadas en ese gesto tan tierno y ridículo que me gusta tanto.